Mortadelo y Filemón

Ibáñez emplea su peculiar humor para explorar y retratar la relación entre ciencia, naturaleza y sociedad. Desde el deshielo de glaciares hasta las epidemias, pasando por las últimas innovaciones en producción agrícola, la ingeniería genética o incluso la preservación de comunidades indígenas, sus viñetas revelan la complejidad de investigar un mundo vivo y cambiante.

El CSIC investiga en estas mismas fronteras del conocimiento, y estudia cómo proteger la biodiversidad, controlar la propagación de enfermedades o respetar el patrimonio natural. Se trata de una ciencia con sentido y compromiso que no solo observa el mundo, sino que busca comprenderlo para mejorarlo.

Las innovaciones de la T.I.A. solían prometer maravillas y entregar caos. Robots que se rebelan, ordenadores portátiles del tamaño de una nevera o coches eléctricos sin puertos de carga: Ibáñez se divierte ridiculizando nuestra fe ciega en la tecnología. Pero su sátira no va contra el progreso, al contrario: nos recuerda que la innovación solo tiene sentido si resuelve un problema real.

En eso trabaja el CSIC. Desarrolla baterías sostenibles, chips orgánicos flexibles o drones al servicio de la investigación puntera. Lo que antes ocupaba nuestro imaginario ficticio comienza a cruzar las pantallas y los textos para volverse realidad. Tecnología sin límites, pero con cabeza.

El Profesor Bacterio encarna lo mejor y lo peor del arquetipo del científico loco: un genio capaz de inventar fertilizantes “milagrosos” y armas biológicas, pero también de meter la pata con clonaciones fallidas y coches eléctricos sin enchufe. A través del humor, Ibáñez caricaturiza los límites de la ciencia y nos recuerda los riesgos de separarla del sentido común.

Porque, en ciencia, la ética y la seguridad no son opcionales. En el CSIC, estos valores van de la mano con la innovación y el progreso. Ecología, experimentación animal o inteligencia artificial son algunos de los campos que más regulación requieren. Estamos de acuerdo de acuerdo en que es mejor prevenir que curar… aunque Bacterio insista en lo contrario.

Ibáñez retrata la ciencia como un fenómeno muy poco discreto. Se cuela en laboratorios, política, universidades, medios de comunicación y en la calle. En este recorrido Mortadelo y Filemón son testigos de cómo la ciencia se negocia, se distorsiona y a veces se malinterpreta. En sus portadas hay sitio para la pseudociencia, la vida en la prehistoria o la que existe más allá de nuestra galaxia.

Aunque es cierto que la ciencia que no llega a la sociedad queda incompleta, la visibilidad es un arma de doble filo. Por eso el CSIC difunde sus investigaciones e innovaciones con rigor, evidencia y responsabilidad. Su trabajo se refleja en la contribución en misiones espaciales o en expediciones paleontológicas y en la transferencia de sus investigaciones a la sociedad.

Cambio climático, contaminación, mosquitos invasores o nubes de polvo sahariano: pocos logran arrancar una carcajada en medio del desastre… Salvo Ibáñez. Sus viñetas nos hacen reír, sí, pero también nos enfrentan a un futuro inquietante si no actuamos a tiempo. Con Mortadelo y Filemón el caos está garantizado. De buscar evidencias y proponer alternativas se encarga la ciencia.

En el CSIC se trabaja con esa urgencia necesaria. Se monitorizan los cambios ambientales y sanitarios, se desarrollan vacunas y tecnologías punteras en favor de la biodiversidad y se exploran soluciones para descontaminar nuestros mares. Todo ello y mucho más con una idea clara: cuando el mundo tiembla, la ciencia debe mantenerse en pie. Investigación de emergencia para un planeta que no puede esperar.